Pequeñas oraciones ateas

Tres: bienaventurados los malos y los buenos

Y durante un instante, la multitud que se había congregado ante él permaneció inmóvil, sumida en un trance, provocado por el exagerado «autotune» que camuflaba su voz hasta hacerla hipnótica; ese efecto era en realidad el último grito en drogas de diseño para el pueblo.

A pesar de todo el trampantojo escénico, más propio de una catedral gótica que de un concierto, sus palabras parecían tener sentido: «Bienaventurados los malos y los buenos, porque la virtud os habita en cada uno de vuestros defectos. Amén».

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