21 de diciembre de 2020.
Nos reímos para celebrar que ahora somos dos adultos que han aprendido a reconducir las conversaciones hacia lo amable. Curiosamente, nos está pasando tantas veces y de una manera tan natural, que el camarero del turno de tarde de la cafetería del hospital piensa que somos pareja. Pero siempre, tras una vuelta a la calma, se hace entre ambos un silencio incómodo durante el que regreso a los tiempos oscuros y a las voces de mi interior. Y la veo cortar conmigo millones de veces.
Escucho su voz acelerada, obsesionada con llegar lo antes posible a un punto sin retorno —ella, tan impaciente siempre todos los millones de veces que lo vuelva a revivir— donde ya nunca pueda abrazarla. En vano intento convencerla, usando esa misma templanza —o pachorra— que tantas veces ella se gastaba conmigo, mientras yo me pegaba la vuelta y volvía a lo mío, a lo de siempre: a mi tristeza.