7 de diciembre de 2020.
Era un ser luminiscente, como hecho de fragmentos de estrellas fugaces que se le iban desprendiendo de su cuerpo a medida que caminaba con aquella presteza suya, como de pasarela. ¿Acaso, alguien duda que jamás hubo ni habrá, ni hombre ni mujer que maneje con tal gracia unos zapatos de tacón?…
La primera vez que lo vi iba pintado como una puerta y no sabría decir de qué color llevaba el pelo, pero ya era ese ser luminoso que atraía por igual tanto a los hombres como a las mujeres. Permanecí inmóvil, mientras miraba alelado aquella pupila dilatada que no dejaba de implorar: «dejad que los niños se acerquen a mí». Y yo, como avezado niño de pueblo curtido en mil y una treta, lo seguí mirando de soslayo, no fuera a explotarme la cabeza con su rayo extraterrestre.