19 de noviembre de 2020.
Al principio estábamos muy asustados. Ni siquiera nos atrevíamos a sacar las narices más allá del alfeizar de la ventana. Ahora, sin embargo, parecemos estar bien, o eso se desprende de la serenidad de nuestro gesto cuando nos saludamos —a una distancia prudente— con nuestros vecinos. Incluso, seríamos capaces de permanecer horas y horas contemplando este precioso paisaje con vistas al fin de la humanidad. Tal vez nos hayamos rendido, puede que incluso aceptemos nuestra decrepitud, pero sigo pensando que estas arrugas no le sientan bien a mi inconformismo.