26 de septiembre de 2020.

La conocí —no en el sentido bíblico— durante unos instantes, pero nunca la he olvidado, por lo intenso y profundo con que yo —para variar— me tomé aquella leve cosquilla. Fue ver aparecer su aniñada sonrisa debajo de su disfraz de chica mayor, hacerle un breve boceto y escribir una canción dedicada a alguien que estuvo en mi vida ¿cinco minutos? Era imposible evitarlo: que pasara delante de mis narices aquella aparecida y no le dedicara una canción. Bueno, entonces yo le escribía canciones hasta a las piedras. Era mi manera de saludar, de decir «¡eh!, estoy aquí». Pero lo de ella fue mi record: lo fugaz hecho intensidad. Y entonces, comenzó a llover…