4 de agosto de 2020
Sois el rey en lo vuestro; y sí, definitivamente: nunca podréis cambiar. De tanto oírlas o leerlas, sus disculpas suenan tan huecas y lejanas —incluso aderezadas con una pizca de vuestra regia arrogancia—, como todo lo bueno que algún día hicisteis por nosotros: majestad de lo vuestro, y ya nunca jamás de lo nuestro. Y mira que la historia daba señales inequívocas; que en demasiadas ocasiones, por «h» o por «b», los de su estirpe nos la han dado con queso.
Yo lo siento por su hijo —o no—, pero que nadie me intente vender a mí, convencido republicano, sus —parece ser— contrastadas excelencias; que sea él mismo quien lo haga, cuando lo elijan sus valedores como presidente de una justa república, donde ya no sea el hijo de los aciertos y despropósitos de vuestra majestad, sino el padre de sus propios méritos.