3 de agosto de 2020

Es complicado caminar contracorriente; todas tus acciones —hablar, gesticular, hasta mirar— se vuelven hazañas imposibles; continuas rachas de viento cuarteando tu ya entumecida cara, casi inexpresiva, salvo el molde de la mueca de incredulidad que congeló tu sonrisa.
Pero el tiempo pasa, y la vida por él, pidiendo tu derrota; y aún más: pidiendo tu cabeza ensartada en una pica, para lucirla —en el mismo centro de la plaza— como escarnio para soñadores incautos.
Mira las arrugas de mi cara, los pliegues de mi piel por donde el viento aúlla su canción de muertos. No caeré sin haber luchado antes; me lo prometo.