27 de julio de 2020

Quería amarrarme a aquel momento. Busqué entre mis pertenencias una cuerda para sujetar la brisa que me daba en la cara con su espuma clara , vivificante. Pero no, no valdría; se escaparían tantas sensaciones que no conseguiría anudar a mi cuerpo, que cuando ya no tuviera remedio y el olvido terminara por apoderarse de todas mis cosas, no sabría explicarme a qué venía aquel puñado de nada entre mis brazos.
Entonces pensé que sería más práctico hacerme con una caja, ni muy grande, ni muy pequeña; solo con la suficiente amplitud en su interior para albergar ese trocito de esperanza que, de repente, se había plantado delante de mi ventana, diciéndome: «respírame con toda tu alma… soy toda tuya…»
Por desgracia, las cosas buenas transcurren en un abrir y cerrar de ojos; y, justo antes de hacerme con una cuerda o con una caja, la espuma se desvaneció, dejando en mi cara un surco renegrido y pegajoso, como la marca de una tirita recién arrancada.