Querido lector: las entradas que te vas a encontrar en mi blog bajo este título son fruto de las reflexiones diarias que he ido escribiendo cada mañana durante el confinamiento en el muro de mi Facebook. Siempre las acompaño además de una canción que por lo general sirve —nunca mejor dicho— de pretexto a lo que escribo.
26 de mayo de 2020

Observo a esos niños que pasean, comedidos y prudentes, junto a sus padres; calco exacto de ellos, mientras recolocan a cada paso sus mascarillas. Los veo con toda nitidez crecer en la corrección de los gestos y en el distanciamiento social —una abúlica asepsia que me produce arcadas—. Entonces recuerdo aquellos bares; no los de ayer, sino los otros más lejanos: el olor del tabaco, el alcohol exudado y el hálito del deseo tras una palabra, un roce, una mirada… Tal vez alguien ande en su confinamiento ideando un videojuego que nos traslade, enfundados en un traje de realidad virtual, hasta las mismas «retrohistorias» de bares. Y yo, en la esquina de la barra, bajo el anonimato de mi avatar de Charles Bukowski, diciéndole a la camarera: «No hay nada que discutir, no hay nada recordar, no hay nada que olvidar… es triste y no es triste, pero parece que la cosa más sensata que una persona puede hacer es estar sentada con una copa en la mano».