Querido lector: las entradas que te vas a encontrar en mi blog bajo este título son fruto de las reflexiones diarias que he ido escribiendo cada mañana durante el confinamiento en el muro de mi Facebook. Siempre las acompaño además de una canción que por lo general sirve —nunca mejor dicho— de pretexto a lo que escribo.
24 de mayo de 2020

Mis días de escuela ocurrieron diez años después, aunque, todavía, algún que otro compañero con hermanos mayores llevaba entre los libros de su cartera el de «Formación del espíritu nacional». Entonces —1972—, la curiosidad de un niño de seis años se desvivía por olisquear las coloridas banderas que amarilleaban entre los himnos de sus páginas, junto a las fotos de los mismos dos personajes que flanqueaban el crucifijo que presidía el aula. Al águila de San Juan —acá y acullá por todo el libro— todavía le quedaba una década de vuelo rasante sobre nuestras cabezas de españolitos recién llegados al mundo nos salve Dios. No ocurría lo mismo con aquella otra bandera, cuya aspa roja sobre fondo blanco ayer paseó su reflejo ufano entre los escaparates de las prohibitivas tiendas de la calle Serrano. La cruz de Borgoña que el imperio español ondeó desde las Filipinas, pasando por las enfangadas tierras bajas de Flandes, hasta Tierra de Fuego, nos recordó —sin que lo pretendiera ni mucho menos quien la enarbolaba— que los dominios de la pandemia se extienden por esos 20 millones de kilómetros cuadrados que fueron España, o incluso más: por el suroeste de los Estados Unidos que preside un terraplanista propenso a la automedicación, pasando por un México tan machista o más que en el siglo XVI, por el Caribe, por Centro y Sudamérica, por Alaska y la Columbia Británica, más las Filipinas, las Marianas y las Carolinas.
Resucitar los recuerdos, también las viejas banderas, debiera ser sanador. Como alguien escribió alguna vez, tenemos que sacarnos el veneno, escupirlo a un lado y continuar nuestro viaje. Porque, como en la canción de Asfalto, hay que velar por quienes vienen detrás, pues qué pensarán viendo tanta confrontación o algarabía —a mí no me quedó muy claro el mensaje de los de las banderas de ayer—, cuando el enemigo es otro y aún nos acecha. Eso sí: enseña a tu hijo a amar la libertad.