23 de junio de 2020

Si en este momento tuviera que tomar el autobús que lleva al otro lado de las cosas, allá donde lo que cuelga de mi cuello es una simple baratija y lo que llevo en los bolsillos solo sirve para avivar el fuego, no me sentiría especialmente decepcionado ni con lo hecho ni con lo recibido. Sé que, antes de subirme, miraría atrás por última vez, para retener en mi mente los garabatos realizados por este renglón torcido de Dios, ya que a la postre serán las únicas de mis posesiones que no me reclamen ni el Estado ni mis herederos. Una vez allí, no sé, yo no tengo ningún plan. Ni siquiera un discurso preparado por si las moscas y resulta que existe «el Hacedor». Eso, como otras muchas cosas en mi vida y, por qué no, en mi muerte, se lo dejaré a la improvisación. Pero si al final Dios estuviera allí, tendríamos que hablar largo y tendido sobre lo divino, que es lo suyo, pero también sobre lo humano, que es lo nuestro.