Querido lector: las entradas que te vas a encontrar en mi blog bajo este título son fruto de las reflexiones diarias que he ido escribiendo cada mañana durante el confinamiento en el muro de mi Facebook. Siempre las acompaño además de una canción que por lo general sirve —nunca mejor dicho— de pretexto a lo que escribo.
4 de mayo de 2020

Hay días en los que voy más allá, hasta caer en la oscuridad más absoluta. Días en los que no logro absorber la luz necesaria que nimbe mi áurea, y así alumbrarme por esta estrecha vereda que me he trazado. Tiempos de ayuno de esperanza, en los que me siento totalmente convencido de que con ello purgaré de una vez por todas mi connatural ingenuidad, cuando al fin me vuelva un militante descreído de la condición humana.
La definición de este ejercicio de psicoanálisis la encontré hace muchos años, cuando, agotadas todas las posibles prórrogas de la mili, di con mis huesos en el cuartel de la Infantería de Marina de San Fernando. Allí, en mitad del hastío de mis guardias de escribiente, observaba con obstinada curiosidad un grabado de Galileo que presidía la pared de la oficina. El dibujo se titulaba «Interlunium», y formaba parte de un conjunto que Galileo realizó de las diversas fases lunares vistas a través del catalejo —aquel instrumento recién descubierto y perfeccionado por él que abrió su mirada y su mente al espacio—, y que plasmó en un breve e intenso tratado llamado «Sidereus Nuncius». En él, Galilei dejó constancia de los diversos momentos que atraviesa la luna en su ciclo relacional con el sol y la tierra, siendo el interlunio o entre lunas, el que corresponde al tiempo que transcurre desde el final del cuarto menguante hasta el comienzo de la luna nueva; en realidad, una luna apagada o no reflejada por la luz solar a nuestra vista en la tierra.
Cuando esto me ocurre tengo dos caminos, ambos a través de la música: o me pongo una banda sonora que termine de hundirme en mi propia conmiseración; o por el contrario —como ha ocurrido hoy— elijo una banda sonora que llene esta oscuridad con un milagro inesperado, como una lluvia de estrellas. Gracias, Fernando Rubio, por alumbrarme con tu voz y tu guitarra.