Querido lector: las entradas que te vas a encontrar en mi blog bajo este título son fruto de las reflexiones diarias que he ido escribiendo cada mañana durante el confinamiento en el muro de mi Facebook. Siempre las acompaño además de una canción que por lo general sirve —nunca mejor dicho— de pretexto a lo que escribo.
1 de mayo de 2020

Ayer alguien preguntaba por la nueva normalidad de quienes antes de esto ya andábamos en la anormalidad. Todo depende —como en esas fotografías engañosas que proliferaron el primer día de las salidas infantiles— de la perspectiva, del objetivo empleado; en definitiva, de la manera de mirar la vida.
Yo soy de ese tipo de personas, de ese pequeño porcentaje a quienes nos sienta como un guante esta escafandra antisocial. Son muchos años asomado a la ventana, observando el paso apresurado de la multitud; analizando sus gestos, su vocabulario, su vestimenta. Como decía aquel, ¿qué otra cosa mejor podría hacer un chico triste y solitario?
Hace tiempo que mis horarios los rige el sol o la luna llena, y que me cuesta ser disciplinado con las tareas diarias ineludibles. Por lógica, veo absurdo tanto pictograma distribuyendo actividades según el grupo de edad. De hecho, ni me he planteado de momento salir a la calle. Aunque, tal vez, haya decidido no salir por una cuestión de miedo o fobia a la humanidad, así tomada en general, que me ha sido inoculada junto al virus este de mierda. Y es que lo que más me atormenta de esta estúpida historia es no saber qué hace el mono sonriendo.