Querido lector: las entradas que te vas a encontrar en mi blog bajo este título son fruto de las reflexiones diarias que he ido escribiendo cada mañana durante el confinamiento en el muro de mi Facebook. Siempre las acompaño además de una canción que por lo general sirve —nunca mejor dicho— de pretexto a lo que escribo.
29 de abril de 2020

Blues… blues… siempre blues… Porque ahora soy eso: un blues, mostrándome por momentos tierno y conmovedor, aunque de vez en cuando la brisa se pegue la vuelta con repentinas ráfagas, de lo extraño y retorcido que puedo llegar a ser; incluso, en esas noches que todo resuena en mis labios con una voz de pozo oscuro; como si J.J. Cale me hubiera prestado una cualquiera de sus canciones mojadas en whisky, pero más diluida y menos etílica —más Eric Clapton—. Es como si fuera otra persona. Y estoy encantado porque, en mis gestos, en mi cara, en las manos… hasta en las poses… todo en mí sea determinación. Como si jamás me hubiera rondado por la cabeza el tarareo cursi y ramplón de una cancioncilla pop… y mis pensamientos ya no los enmarañen superfluos y prescindibles rasgueos de ukelele.
Lo que siempre presentí que pasaría, está ocurriendo, se ha hecho realidad, y oscila en el arco de mis cejas como la rueda de acordes de un blues… Eso sí, un blues agónico y profundo clavado en la mirada, pero un blues, en definitiva, que me da cierto toque, cierta presencia que antes nunca tuve. Mientras esto ocurre en mi mente, el presidente está hablando en la televisión: algo acerca de unas fases y de diferentes escenarios y territorios. Por desgracia, eso ya no me consuela; tampoco este blues inesperado en el que me he convertido, mientras proyecto un extraño y adictivo reflujo imposible de eludir.