Buscando algo bueno del confinamiento (46)

Querido lector: las entradas que te vas a encontrar en mi blog bajo este título son fruto de las reflexiones diarias que he ido escribiendo cada mañana durante el confinamiento en el muro de mi Facebook. Siempre las acompaño además de una canción que por lo general sirve —nunca mejor dicho— de pretexto a lo que escribo.

28 de abril de 2020

Photo by Brett Sayles on Pexels.com

Es primordial saber dónde está la línea roja, y parar la maquinaria justo antes de que se produzca un cortocircuito. Por ejemplo: ahora mismo, cuando tu agotamiento mental te ha llevado a borrar un hermoso texto que estabas a punto de concluir. Ese es el momento antes de que lo mandes todo al garete y te toque luego pedir disculpas; aparte de recoger los cristales rotos, que lo de pagarlos se sobreentiende, claro. Yo los llamo los días del «perroscuro»; esos días en los que desisto de mis crucigramas mentales; esas jornadas para echarse a un lado y descansar de los laberintos donde se me enredan las cosas del alma, y las terrenales, que esas siempre están ahí, aunque nunca las nombres.
Es una «desescalada» necesaria —menuda palabreja; ahí está sentada en la sala de espera de la RAE, dispuesta a entrar detrás de coronavirus—, porque el animal sigue ahí, agazapado, impostando su siesta, con un ojo cerrado y el otro pendiente de que le abras de nuevo la puerta a tu cotidianidad: «Bonjour tristesse!»

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