Querido lector: las entradas que te vas a encontrar en mi blog bajo este título son fruto de las reflexiones diarias que he ido escribiendo cada mañana durante el confinamiento en el muro de mi Facebook. Siempre las acompaño además de una canción que por lo general sirve —nunca mejor dicho— de pretexto a lo que escribo.
28 de mayo de 2020

Querida Tierra: ya te lo he dicho estos días en muchas ocasiones, pero esta primavera —que estás que te sales—, con esas flores que te has pintado por toda la cara y que se enredan por el azul de tu pelo como frutos olorosos de un árbol divino, me has hecho recordar aquella vieja querencia que nos teníamos tú y yo. ¿Recuerdas?… los días de mis juegos, cuando estirabas su luz hasta que, exhausto, caía a tus pies con una sonrisa que, todavía, a la mañana siguiente, se adivinaba en el dibujo de mis labios. Fue breve nuestro escarceo, pero intensos la aventura y el tumulto que provocaste en mi cuerpecillo de niño.
Tú sabías como nadie buscarme las cosquillas; y yo, me desternillaba incluso antes de que me rozaras. Con tan solo la insinuación de tu brisa, brotaba una carcajada sonora e incontrolable. Claro, que él era tu aliado: los brazos ejecutores que me aupaban para que sintiera en la cara tu aliento.
¡Hacía tanto tiempo que no reparaba en ti!… hasta que esta prisión me dejó —entre reja y reja— tu retrato de entonces. Quiero que lo sepas; hasta lo he escrito en las paredes de mi celda: solo nos queda el coraje de mantener tu cariño, mientras dure nuestro viaje.