Pequeñas oraciones ateas

Diez: en un principio y en un final

Foto de Eric Masur en Unsplash

Siento muy cerca el momento en el que la profecía ha de cumplirse. En su caso, estaba cantado que, nada más nacer, aquel niño se había tragado un viejo. Luego pocos misterios le quedan por desentrañar en esos ojos que parecen no mirarlo desde el otro lado del espejo. Por eso mismo, no les pide ni paciencia ni tiempo. No les pide nada en concreto; solo cosas que no pueda perder y que, al final, permanezcan al lado de ese él que ya empieza a tomar por fuera la forma de su espíritu. Porque entonces estaba en lo cierto, y el final que ahora se vislumbra es muy parecido al que tantas veces imaginó, salvo por esos pequeños detalles que nunca dejarán de sorprenderlo: la sonrisa inesperada de un niño, la voz amable de un desconocido, la incuestionable belleza de un atardecer en otoño… y el amor, inesperado e imprevisible siempre; como un acceso de tos.

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