Siete: ¡Oh, camino de los sueños, yo te invoco!

Al final del día, la noche siempre surge como una inmensa pradera que lo abarca todo en su infinita oscuridad: esa negra mancha a la que no debes temer. Mientras dura, tu mente se dispara, acelerando procesos, dibujando sueños, procurando que el miedo no lo invada todo y, al día siguiente, algo quede en tu recuerdo que te ayude a levantarte, a sonreír, a continuar en el camino.
Tal vez los sueños sean eso: el dibujo de nuestra búsqueda de un Dios que no existe; un trazo nocturno que se reflecta con toda nitidez en el laberinto de nuestro cerebro, para borrarse por completo con la primera luz del día.