
Me preguntas: ¿quién eres?
Pero sin pararte ni un segundo a mi respuesta.
Mi cara te suena a otras muchas,
pero mi voz rebota insistente en tu cabeza.
Piensas: no está mal.
Maneja con soltura esos extraños cachivaches;
absurdas filigranas encapsuladas en inútiles artilugios;
carreteras secundarias trazadas con polvo, sangre y palabras.
Me reprochas: pero ¡quién te crees que eres!
¿Mi oráculo?, ¿mi conciencia?, ¿mi «te lo dije»?
Y durante unos segundos —yo callado, tú expectante—,
me muerdo las palabras, mientras te hierve la sangre.