2 de junio de 2021.

Hubo un momento en que creí que te habías rendido. Lo veía en la expresión de tus ojos que me tenían descolocado. Porque bastaba que me acercara a ti —sobre todo si no me esperabas, como cuando te cogía por la espalda y tu cuerpo se volvía plastilina entre mis manos, amoldándose a mi boceto de abrazo—, para conseguir que el día se transformara en una agradable certeza. Eso no quitaba que, acto seguido, me reprocharas haberlo hecho: que cómo me atrevía después de todo; que era un caso perdido.
Mis convicciones —acertadas o no— se han ido haciendo fuertes. Han dejado de ser juegos de plastilina, para convertirse en armazón de mis desvaríos, y ya no tienen vuelta atrás. Y lo bueno —o lo malo, no lo sé— es que tu amor es esa agradable certeza que siempre alumbrará a este caso perdido.