6 de marzo de 2021.

Nunca me he atrevido a hacerte esa pregunta, aunque sé que tú me la has visto dibujada en la cara cada vez que nos hemos vuelto a ver. Y siempre has reaccionado como entonces, alzando desafiante tu barbilla puntiaguda y perfecta en un gesto entre asco y chulería, mientras remarcas a partes iguales tu hoyuelo y tu vanidad. Ese es el tipo de reacciones tuyas que entonces provocaron mi huida.
Para bien o para mal, tú te empeñabas en lucir siempre, aunque tu luz te delatara —nos delatara—; algo para lo que no estaba preparado entonces. Tu vindicación, legítima y hasta necesaria, me arredraba, desatando aún más tu cólera. No comprendías mi empeño por seguir besándote entre bambalinas, así que me arrastrabas hasta la luz, hasta las ventanas; desde donde todos pudieran ver lo que sentías.
Había días en los que me armaba de valor y salía dispuesto a pasear tu desvergüenza y nuestra manera de querernos por todo el pueblo, hasta que te veía a lo lejos con pose de afrenta, perdonándole la vida con tus mojigangas a todo el que te miraba de soslayo. Entonces yo, tu corazón cobarde, retrocedía sobre mis pasos hasta la primera esquina, a la espera de que las luces remitieran de tu alrededor, mi encendida luciérnaga.