3 de julio de 2020

Adrián Santalla en
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Como en Luces de Bohemia, la acción transcurre en un Madrid absurdo, brillante y hambriento de esperanza. Amanece en la conversación consigo mismo de un hombre ciego de lucidez: un hiperbólico andaluz, poeta de odas y desesperanzas; ocasional componedor de madrigales, siempre inconclusos. Hace meses que en su mente se entreabrió la puerta a un suicidio absurdo y colectivo; nada de romanticismos. Por el tacto que han adquirido las cosas, por la sensación malsana que describen sus bordes, sus entresijos, sus aristas, para qué verlas.
—¡Espera, Collet! ¡He recobrado la vista! ¡Veo! ¡Oh, cómo veo! ¡Magníficamente! ¡Está hermosa la Moncloa! ¡El único rincón francés en este páramo madrileño! ¡Hay que volver a París, Collet! ¡Hay que volver allá, Collet! ¡Hay que renovar aquellos tiempos!
Luego, regresa a la penumbra de su ceguera, ahí apalancado en un rincón, entre rimeros de libros que hacen escombro. Mientras en una jaula herrumbrosa, un loro pasea nervioso por su barra.
—¡Viva España!, ¡viva España!, ¡viva España!…
(¡Qué grande don Ramón María Max Estrella Inclán!)