9 de marzo de 2021.
Todos los suyos enterrados, y con ellos, la nariz aguileña que invitaba a la más trivial de las conversaciones; y la risa contagiosa, disimulando una genética de boca pequeña y labios breves. Ahora ya solo queda él, mientras siente la certeza de que, encerrados bajo la pesada lápida, aún persistirá por el tiempo el dulce olor de sus pieles y esa desmedida afición por los abrazos. Sí, ya no queda nada de todo lo que sugería pronunciar en alto su apellido; nada, salvo las letras doradas en el mármol bajo el que reposan esas presuntas virtudes que todo el mundo le viene ahora a recordar junto con sus condolencias.
Ese paripé, esa disparatada elegía le incomoda, aún a sabiendas de que lo malo, lo oscuro, lo despreciable, lo innombrable; lo que nadie podía ver ni intuir en una mueca, en un tic, en un gesto… serán presa igualmente de los gusanos y del tiempo. Mientras, sin que se le escape en un tic o una mueca, ni trascienda de su gesto, se sonríe bien adentro, donde también la genética lo dotó de un estómago inmenso y un corazón pequeño.