
Amor terminal
Pasamos el verano con un sol enfermo,
bajo la pulcritud del último árbol,
contemplando nuestros pensamientos
empapados en sudor,
a la sombra de la dejadez;
atrapados por el fulgor de su mirada.
En otoño, nos sorprendió aquel viento ácido,
y suspendidos en el vuelo de los besos,
corrimos prestos a escondernos
en la burbuja ingrávida de un éxtasis
provocado por el color de las hojas quemadas,
y aturdidos, buscamos a Dios en aquel holograma.
El invierno apareció tras dos horas de roces
—el día se sucedió varios cientos de veces—
y la noche se disipó,
junto con las caricias.
Nos bebimos la luna, embriagados por el valor,
mientras despertábamos de una resaca absurda.