10 de febrero de 2021.

¿Quién eres tú?… o mejor dicho, ¿quién pretendes ser hoy? No es ninguna estupidez lo que le estoy preguntando a la mirada del espejo, que diría el bueno de Hilario. Por eso apunté en mi lista de propósitos lo de aprender a leer las arañas que se dibujan en la esclerótica de mis ojos.
Me miro de nuevo fijamente, pensando que son demasiados propósitos para una sola vida: descifrar los mapas del insomnio; merodear el cielo como un chucho pulgoso, mientras aprendo a caerme a los infiernos un día y otro y otro; acostumbrar mis ojos al artificio de la banalidad por si falla mi radar de murciélago y termino pegándomela de bruces contra la hermosura que aún esconde el hombre en sus más recónditos rincones.
Si aprieto fuerte mi ánimo contra las paredes de mi corazón, soy capaz de provocar esa pirotecnia —¿fugaz artificio?— que celebraréis unos pocos elegidos en las periferias de mi cerrazón; esa es la sístole que me vacía, que me entrega, que me da. Si después me relajo un instante, el flujo me revierte; esa es la diástole que me llena, me copa, me embriaga una vez más de vosotros —esos pocos elegidos a mi alrededor—: daños colaterales de mi fugacidad.