La literatura es ese país donde, tanto para el lector como para el escritor, se hacen realidad los más maravillosos imposibles. Y todo ello, a pesar de los egos y mezquindades varias que tanto abundan aquí también. Siempre encontrarás la palabra precisa de un genio o el consejo acertado de un maestro que borre los tachones de la mediocridad. Así es cómo, entre tanta palabrería y literatura efímera, sobresalen los grandes, capaces siempre de encarnar la humildad a pesar de su evidente brillantez e, incluso, de tener la valentía necesaria para reconocer sus limitaciones. Lo hizo Faulkner, para que todos los poetas fracasados de este y del otro mundo pudiéramos sentirnos aliviados unos y descansar en paz los otros: «tal vez todos los novelistas quieren primero escribir poesía, y después descubren que no pueden y prueban con el relato, que es la forma más exigente después de la poesía. Y después de fracasar en el relato, sólo entonces un novelista se dedica a escribir novelas».