1 de noviembre de 2020.

A pesar de todo, los domingos siempre estarán ahí, con sus colores de polaroid y su modorra, llenos de ensoñación, de tristeza y de una maravillosa decadencia que nos harán confundirlos entre sí, a no ser que las nubes, nos guíen con sus cambiantes formas.
A mí me fue siempre bien clasificarlos según esto: lejanos domingos de cúmulos algodonosos, entre el abotargamiento y la resaca; domingos de pijamas y cirros acristalados, que se dispersan en las alturas como tus pensamientos ahora; domingos de estratos —mis favoritos—, con esos prados etéreos y vaporosos, donde pensar todo el día en nada con la compañía de nadie.
Adoro los domingos por la mañana…