Querido lector: las entradas que te vas a encontrar en mi blog bajo este título son fruto de las reflexiones diarias que he ido escribiendo cada mañana durante el confinamiento en el muro de mi Facebook. Siempre las acompaño además de una canción que por lo general sirve —nunca mejor dicho— de pretexto a lo que escribo.
16 de abril de 2020

Sería aterrador, ¿verdad? Latinos reconvertidos en otra cosa: un híbrido entre suecos y japoneses; apáticos y asépticos en un mismo ser.
Esa idea lleva días reconcomiéndome las entrañas. Un estado de alarma con sus excepciones y cortapisas prolongadas por tiempo indefinido, donde estuvieran prohibidos los abrazos, los besos; que un simple acercamiento a menos de metro y medio disparara las alarmas de unos dispositivos de seguridad que previamente se nos hubieran anillado al tobillo, como si fuéramos una raza en peligro de extinción. Una pesadilla con millones de canciones prohibidas porque hablan de amor y besos; miles de películas pasadas por la tijera del censor, porque sobran tantas escenas indecentemente microbianas; infinidad de libros pasados por la trituradora de papel por propagar la funesta manía de abrazar.
Por eso mismo, cuando pisemos de nuevo la calle y regresemos a las plazas, no solo han de volver a ser lugares para rozarnos, abrazarnos, besarnos, magrearnos… sino que deberán convertirse además en el centro de nuestra vida social; en el foco desde donde se irradien todas las decisiones sobre la colectividad.