Querido lector: las entradas que te vas a encontrar en mi blog bajo este título son fruto de las reflexiones diarias que he ido escribiendo cada mañana durante el confinamiento en el muro de mi Facebook. Siempre las acompaño además de una canción que por lo general sirve —nunca mejor dicho— de pretexto a lo que escribo.
3 de abril de 2020

«Haz lo que digo, no lo que hago», así que cada mañana, a pesar de lo prometido en estas reflexiones mías, me desayuno con las cifras de muertos del día anterior, esperanzado en que comenzarán a bajar, como si ello fuera a constituir un triunfo. En mi cabeza oiga la voz, una y otra vez: «Dios, que pare ya».
Entonces me veo allí, donde nadie quisiéramos estar. Y no tengo que imaginármelo; conozco ese miedo rotundo en los ojos de quienes lograron regresar —otra cifra que crece a diario, esta sí a favor de la vida—. Miro su cama a través del cristal de la UCI: ahí está, es él; un enfermo cualquiera de los miles que aún se enganchan con encomiable resistencia al resplandor verde de los indicadores de todo ese aparataje. En el otro lado de la habitación, Antonius Block, torturado por la duda y la incertidumbre, todavía con restos de sangre en su espada, juega al ajedrez con la muerte. Está acorralado, pues se sabe a dos, tal vez tres movimientos de recibir jaque mate, mientras el enfermo delira: «Os regalo el cielo… yo no me quiero ir…»Desde el otro lado del cristal, yo le grito.
—¡Antonius, haz algo, tira las piezas, por Dios! … si es que existe…