Querido lector: las entradas que te vas a encontrar en mi blog bajo este título son fruto de las reflexiones diarias que he ido escribiendo cada mañana durante el confinamiento en el muro de mi Facebook. Siempre las acompaño además de una canción que por lo general sirve —nunca mejor dicho— de pretexto a lo que escribo.
25 de marzo de 2020

Juro que, hasta que no llegué a Madrid hace ya media vida, no había visto un mirlo negro -tampoco blanco-; o, tal vez, si lo vi, lo confundí con un cuervo; eso sí, un cuervo con un pico anaranjado y un canto peculiar. Pero, a diferencia de cuervos y grajas, nuestro «blackbird», nuestro «merle noir» no es un pájaro de mal agüero.
He oído en muchas ocasiones su parloteo de madrugada. —Parece que te está hablando —suele decir mi mujer.
El silencio de estos días me ha descubierto su canto en los momentos más inesperados: al levantarme, al mediodía, durante la tarde… y, lo que antes me parecía una cháchara insufrible de un pájaro que pareciera estar imitando la verborrea incontinente de un charlatán, ahora me tranquiliza:
blackbird fly, blackbird fly
into the light of the dark black night…