Querido lector: las entradas que te vas a encontrar en mi blog bajo este título son fruto de las reflexiones diarias que he ido escribiendo cada mañana durante el confinamiento en el muro de mi Facebook. Siempre las acompaño además de una canción que por lo general sirve —nunca mejor dicho— de pretexto a lo que escribo.
23 de marzo de 2020

Este mal que nos aqueja con su virulencia y sus contradicciones, que, por un lado, nos mantiene confinados, mientras, por el otro y a hurtadillas, ha terminado por abrir de par en par las ventanas de nuestros corazones, ayer me tuvo toda la tarde subido a un remolino de mensajes con quienes formaron parte de mi día a día, hasta que las circunstancias y la vida nos fueron separando; esas personas que siguen estando ahí, en lo más profundo de mis pensamientos y —por supuesto— en la memoria larga y profunda de la agenda de mi móvil.
Tuve miedo de que este terremoto infeccioso me dejara sin decirles esas cosas que siempre pensé, pero nunca les dije, esperando tener ese encuentro, ese café, ese «nos vemos» que nunca termina ocurriendo. Además, cuando mi vida era otra —antes de otra hecatombe; esta personal—, yo trabajé como mando intermedio durante veinticuatro años en el área de frescos de varias tiendas de esa multinacional francesa que llena nuestras ciudades con sus catedrales del consumo.
Saber de nuevo de quienes fueron mis compañeros y mis colaboradores fue por fin gratificante, ahora que ya pasó el tiempo suficiente; ahora que, como canta Claudia Gómez en esta canción, lo solté al aire, dejé salir de mi pecho este sentimiento que en mi murió, para ver mi sol nacer, porque la vida tiene que comenzar de nuevo, mirando un cielo azul, con fe y con poder; con todo el corazón.
Va por vosotros, mis compañeras y compañeros de los productos frescos; por todo lo que estáis trabajando para los demás. Nunca se os podrá agradecer lo suficiente, pues por muchas palabras de aliento y reconocimiento que os demos desde fuera, yo sé que ahí dentro no basta con una palmadita, no. Tampoco con un «vamos chicos, sois los mejores», no. Yo lo sé. Porque como dice el refrán: en todos lados cuecen habas.