Pañuelos apolillados

Soco Mármol Bris

En la Sierra Mágina que yo recuerdo, y que Juan Cano Pereira no puede recordar porque todavía no había llegado, aprendimos pronto a aguantarnos las ganas de ser más grandes para poder volver más tarde a casa.

Luego, mientras Juan Cano Pereira llegaba al mundo, a nosotras nos llevaron a los internados de ciudades innombrables, donde el tiempo seguía estando administrado por quienes pareciera que habían sustituido a nuestros padres en la tarea de eternos sospechantes y acechantes de pillerías, y comenzamos a soñar con camionetas que nos devolvían a nuestros pueblos con nombre propio, a los horarios con paisajes campesinos.

Cuando, llegado el fin de curso enclaustrado, regresamos por primera vez a nuestros pueblos, encontramos a las muchachas de nuestra misma edad moceando por esas carreteras de media tarde, verdaderas maestras en lo del embarazoso mariposeo.

Al terminar el bachillerato, acababan ya de venir al mundo todos los Juanes Canos Pereiras que habían de sustituirnos años después en lo de habérnoslas con unas adolescencias llenas de hormigueros urticantes al sur del ombligo y de mariposeos cerebrales dispuestos a alzar el vuelo hacia lo desconocido.

Eso es este libro de Juan Cano Pereira: el vuelo rasante de un gorrión atrapado en las cámaras, un desgarro de telarañas en las estancias de la memoria para poder ajustar cuentas con aquellos años que tanto nos aguijonearon los cuerpos y las mentes por los entonces, con mayor o menor avance de calendario.

Él ha sabido describir el lance de su ajuste de cuentas como solo lo puede hacer quien se vale de la honestidad y la decencia para referir todo lo indecente que puede resultar ser adolescente como quien dice sus pecados al público confesor.

Que todo ajuste de cuentas hay heridas es un hecho.

Que la mejor manera de cicatrizar esas heridas consiste en aprender a sajar la memoria tampoco puede ponerse en duda.

Si, además, lo memorioso se deja por escrito, de inmediato accedemos al empleo de cronista de nosotros mismos, que es una manera de jugar al juego del rescate del pañuelo.

¿Recordáis el juego del pañuelo?

Hermosa palabra: pañuelo, prenda hecha a enjugar llantos furtivos, cima y apéndice de la mano que despedía a los trenes cuando aún se podía acceder a los andenes sin tener que desterrarse; señuelo para demandar orejas allí donde los clarines de la tortura; testigo manchado de virginidades extraviadas, cobertor de rostros sin vida… y página en blanco donde escribir presencias, ausencias y ecos de sollozos delante de tumbas mal selladas, cuyos habitantes borrosos demandaban un entierro en condiciones para alcanzar el olvido.

Este libro pudiera que se asemeja a aquel viejo pañuelo de percal con el que Juan Cano Pereira se ha sonado los pedazos más dolientes y los más gloriosos de una adolescencia abandonada en las cámaras; o, mejor, en las desamparadas bodegas de sus iniciales hormigueros, (¿o eran hormigueos?), y que él mismo, a golpe de palabras, va rehaciendo y componiendo en las trochas literarias, ataviada de sayales nuevos.

Juan Cano Pereira, a la más esclarecida manera introspectiva de Proust, andaba empeñado en la búsqueda del tiempo perdido.

Y lo encontró.

Y se encontró.

Soco Mármol Brís

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