Los nadie

Reflexiones sobre la guerra de Ucrania

Imagen de Twitter

Llevo dos días pegado a la televisión, intentando poner orden a mi estupor, mientras busco en mi cabeza un patrón que le dé sentido al sinsentido, cuando caigo en que hay un error de entrada que lo vicia todo, impidiendo la claridad en mis razonamientos. Y es que estamos ahí, boquiabiertos, tragándonos horas y horas de opiniones: unos hablan de una forma tan lega e ingenua como lo podía hacer cualquiera; yo mismo, si no me lo impidiera la interferencia que me provoca el escucharlos a ellos. Otros, a quienes presentan como expertos, parecen comunicarse mediante jeroglíficos; como si el idioma de la guerra fuera una jerga ancestral a la que solo pueden acceder unos pocos privilegiados —que menudo privilegio: dan escalofríos con tan solo pensarlo—. Y las palabras con las que mi cerebro intenta explicarse qué es todo esto, son inducidas y están influidas por las imágenes que ofrecen las diferentes televisiones, y que no son más que una distorsión fragmentada y, más o menos, manipulada de una guerra.  

Porque esa es la terrible realidad: esto es una guerra, aunque solo se escuche a lo lejos, o se intuya tras el hongo de humo que las bombas han dibujado en el skyline de Kiev; o nos imaginemos la lucha en todo su apogeo al ver —instantes, minutos, horas después— la destrucción que va dejando a su paso. 

Entonces caigo en la cuenta de que esto parece un relato de Carver, pues no encuentro subjetividad alguna que permita colocarme en lugar del otro de una forma empática, porque es «tanta agua tan cerca de casa» que, mientras hago la lista de la compra, y apunto «azúcar, leche, carne…», veo a un tanque ruso aplastando el coche de alguien que pretendía escapar del horror. 

Ahí me doy cuenta de que, tal vez, solo sea un error de apreciación imputable a mí, y a nadie más. Y escucho a continuación el testimonio de un ucraniano que vivió en nuestro país y que, con su acento arrastrado, mientras renquea sobre las erres, le pone cara y nombre a quienes sufren en primera persona esta guerra, y que no son otros que los de siempre: los nadie; todas esas gentes que aparecen en un segundo plano, con la mirada perdida y movimientos de autómata; convertidos en zombis por la dentellada paralizante del pánico. 

Sinceramente, puede que en esta sociedad individualista nuestra, donde el amor nunca ha triunfado, sea el espanto lo que nos termine uniendo. Me da igual que se trate de un miedo insuperable ante algo indefinido o indescriptible, o que, por el contrario, tenga la cara angulosa, dura, casi inexpresiva de un tipo que parece estar tomando todas sus decisiones en este asunto como si se tratara de beberse un chupito de vodka: sin pensarlo y de un tirón. 

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