Una: creo en mí.

Siempre lo he considerado un don, un poder, potenciado y hasta perfeccionado con los años, propio de un incorregible antihéroe. Creedme: solo unos pocos privilegiados están capacitados, a lo largo y ancho del multiverso, para reconocerse en su propio destrozo. «Lo que rompes es lo que tienes», me digo. Y es en ese momento cuando, entre la chatarra de mis múltiples versiones erróneas, asoma hecha pedazos una maravillosa e imperfecta sonrisa.