24 de febrero de 2021.
Entonces recordé de qué nos conocíamos: durante el verano anterior, ambos habíamos asistido a unas jornadas de captación de un internado en Úbeda, aunque por fortuna nos llegó la beca antes de que acabáramos en aquella secta de curas adoradores del dinero. De la que nos libramos…
Por su parte, el destino había decido jugar a un zigzag errático con nuestros caminos, y allí que estábamos dos meses después; en uno de los puntos de encuentro trazados: enfrentadas nuestras camas en la última habitación del ala derecha del primer piso. Nos esperaban cuatro años, en los que íbamos a tener duros enfrentamientos durante el primer curso, seguidos de una tregua tácita de apenas medio trimestre; el tiempo suficiente para llegar a un acuerdo y convertirnos en aliados necesarios durante los tres siguientes cursos.
Intuíamos que aquel camino iba a seguir dando bandazos durante toda nuestra adolescencia, por lo que no iba a estar de más que estableciéramos unas normas mínimas de cortesía entre quienes éramos forzosos compañeros de viaje.