14 de febrero de 2021.

Hay una novela corta de Muñoz Molina —«En ausencia de Blanca»— que define muy bien esa sensación que teníamos cuando de niños llegábamos desde nuestros pueblos a la capital jiennense, con aquel extraño comité de bienvenida que se montaba en la antigua estación de autobuses —comensales que sabían utilizar a la vez cuchillo y tenedor y viejos merodeándote la chorra en los urinarios—. A Antonio, a mí y a todos nosotros, Jaén nos daba miedo, puesto que siempre que a principios de los setenta viajábamos hasta ella, lo hacíamos por motivos de médicos o de papeleos. Pisar sus calles nos «traía un peligro y un olor de enfermedad, o de oficina sórdida donde funcionarios hostiles» nos tenían esperando a la compulsación de la nada oficial toda una eternidad.
Estos días que Jaén se siente tan agraviada como siempre, pero parece que por fin más indignada que nunca, ha regresado a mi memoria aquel tiempo mustio: con sus viejos de mirada lujuriosa y bragueta abierta; con sus funcionarios «malafollá» y el «vuelva usted mañana» escrito en la frente. Pero esta vez, parece que el «mañana» se ha terminado convirtiendo en un «nunca».