15 de diciembre de 2020.

Cuando era niño, creía en Dios como el superhéroe que nos habría de proteger bajo su capa divina de todas las injusticias que este mundo recién comenzaba a mostrarme. Tras la desilusión que me produjo descubrir que aquellas patas que asomaban por debajo de la puerta, eran las de un lobo embadurnado de harina y dispuesto a comerse mi inocencia, seguí esperando su justicia vengadora en forma de rayo aniquilador del mal. Pero eso nunca ocurrió.
Y dejé de ser un niño, y dejé de creer en un Dios. Para entonces, descubrí que el bien y el mal se retroalimentan, porque forman parte de un mismo concepto, y que se necesitan en una especie de alianza cósmica del universo.