9 de diciembre de 2020.

Miré dentro de sus ojos una vez más con esa expresión que ahora le daba miedo y que ella achacaba a que aún estaba metido en el personaje que acababa de representar. Ya nunca me dejó acompañarla ni al autobús ni a ningún lugar. Hasta se negó a estar a solas conmigo. Y aunque todavía nos quedaban las tardes de piscina en aquel último, tórrido, insoportable a veces mes de mayo en la ciudad remota e irreconocible, para que ella me ignorara mientras yo echaba, con más o menos disimulo, unas últimas miradas a su cuerpo de ola, ya no hubo ningún viernes. Ya no hubo ningún nada en el que se dignara bajar conmigo a la ciudad innombrable.