22 de noviembre de 2020.

Yo era bueno, tal vez ingenuo, incluso —¿por qué no decirlo?— puede que un poco estúpido. Creía en la viabilidad de un mundo bastante llevadero, y en un hombre justo además dirigiendo todo el cotarro con una gran sonrisa curvada y ancha siempre dibujada en su cara.
Conforme fui sufriendo desencantos, atropellos, injusticias… me fui convirtiendo en un triste, un amargado y, sí —lo confieso—, un imbécil rencoroso. Pero ¿es que acaso no hemos convertido entre todos este mundo en un inmenso estercolero?
Pero basta ya; esto se va a acabar. Y ahora, que nadie intente venderme la moto una vez más; que soy un tipo muy peligroso: una auténtica bomba de relojería capaz de explotar en cada queja, en cada escrito.