9 de noviembre de 2020.

Te miraba como quien contempla un cuadro: siempre a la distancia ideal que me diera esa perspectiva desde donde te asemejabas a un sueño. Para que esto ocurriera tenían que desaparecer todos de tu alrededor: camareros, amigos, pretendientes; ese ruido cotidiano. Entonces, tu soledad era belleza, mientras una maravillosa melodía surgida desde algún punto indeterminado entre la templanza de tu mirada y la serenidad de tu boca, comenzaba a sonar en mi cabeza.
Todo se volvía de un blanco inmenso e indeterminado, como la nada más absoluta que borra todos los buenos recuerdos, pero también las tristezas. Todo se volvía de color paz. Una paz dibujada en un inmenso lienzo; a lo grande, a lo bestia.