4 de noviembre de 2020.

No sé cómo lo ves tú desde ahí, pero aunque no te lo parezca, a mí me cuesta la vida hacerlo. Son puertas que dan a lugares tenebrosos: habitaciones llenas de una aire denso y viciado, casi irrespirable, donde los secretos más inconfesables creían estar durmiendo su olvido hasta más allá de la eternidad, si existe ese tiempo —o si existió—.
Lo que sí sé, es que no te gusta lo que dicen esos papeles amarillentos, donde yo escondía, desordenados y manuscritos, todos los episodios de mi desvergüenza. No hay vuelta atrás. Abro mi cerrazón de par en par y, aunque todavía cegado, oriento hacia ti mis palabras en un idioma propio —que no nuevo—, inventado en las oscuridades de mi cuarto hace tantos siglos…