26 de octubre de 2020.

Es esa sensación entre el cansancio y la satisfacción. Vaciar en cada página todos los paisajes posibles que se ven desde tus ojos en ese instante preciso en el que escribes —te viertes, te desangras—. Y al momento, esos bosques, esos prados, ese desierto, esas montañas ya no son tuyas y se vuelven distintas, irreconocibles, ajenas en los ojos y en la mente de quien los ve, lee, reinterpreta, sin reconocer, puede que sin percatarse del sacrificio que supuso. Esa es otra parte, la última del arte: los ojos del espectador—lector.