15 de octubre de 2020.
Hoy, que millares de cuervos sobrevuelan un día más —y ya perdí la cuenta de tantos— mi pequeño trozo acotado de cielo, soy una vez más el «perroscuro» de mi poema.
Amaneció un perro oscuro y rabioso,
inaccesible y huraño en su torre de silencio,
una locura incubada en la noche más larga.
Optó por vivir al otro lado del mundo,
recitando en idiomas extraños,
blasfemos con esa leve sonrisa que te da la amargura.
Allí, descubrió un dolor vano y vacío,
aunque logró por instantes levitar en un sueño
la tarde que buscaba entre los besos no dados.