9 de septiembre de 2020

—¿De dónde eres?
—De Jaén.
—Pero… ¿de «Jaén Jaén»?
—No, de un pueblo muy pequeño, que seguro que no conoces.
—¿Pero de qué pueblo?
Y entonces, como Pedro con Jesús, dejábamos de renegar, hasta pronunciar por fin su nombre, aunque procurando no levantar demasiado la voz.
—De Bélmez de la Moraleda.
—¡Ah, del pueblo de «los caras»!…
Si hay un chiste facilón y soez a oídos de un belmoralense, es este. Pero, ante la inevitable burla tan arraigada ya en la cultura popular española, no parece quedar más remedio que rendirte, incluso por encima de una fuerza misteriosa que a toda costa ha decidido medirse contra todas las leyes de la lógica conocida —Dios o el diablo sabrán el porqué—, ahí mismo, en el lugar donde naciste, en la tierra que marcó tu manera de ser y de estar en este mundo. Que, por mucho que te niegues a ti mismo, no puedes evitar seguir estando en mitad, ya sea con cara de miedo, de asombro o de escepticismo. —Fragmento de «Los niños de las caras» de Juan Cano Pereira (Editorial Sial Pigmalión)—.