6 de septiembre de 2020

El sueño de una España autárquica, sembrada de obreros especializados, por el que deliraban Girón de Velasco y, al parecer, sus colaboradores necesarios —salesianos, jesuitas, dominicos y falangistas castellanos de las JONS— dio como fruto un bachillerato al que denominaron Técnico, junto a la Maestría y el Peritaje industriales —gérmenes de la incipiente Ingeniería Industrial—, así como la denostada Formación Profesional española.
Nosotros mirábamos a los de FP por encima del hombro. Desde pequeños nos habían inculcado el viejo y equivocado axioma de que la Formación Profesional era cosa de fracasados y malos estudiantes: «el que vale, vale; y el que no, a la FP». Claro que, a ello habían contribuido de manera sobrada nuestros padres y profesores, taladrando nuestras virginales mentes con subrepticios y maquiavélicos planes, en los que, ni nuestra opinión, siquiera nuestra devoción, tampoco la vocación que ya apuntábamos alguno que otro, tenían cabida.