4 de septiembre de 2020

Miro el portátil; pareciera que va a explotar de un momento a otro, desparramando por toda la habitación lo transfundido cada día desde mi vena a la nube. Debe ser una alucinación provocada por la vigilia, pero juraría que acabo de ver cómo de mis dedos salía disparada una ráfaga de palabras, para terminar incrustándose en la pantalla: ideas como esquirlas, difíciles de borrarse de la cabeza sin dejar una muesca, una herida que delate el dolor que producen.