28 de agosto de 2020

Foto de Sven Scheuermeier en Unsplash
Los negros, blancos y grises maginenses se desvanecieron, a la par del niño que se resistía a dejar escapar su mundo inventado. Paradójicamente, aquel blanco y negro que llené de juegos y de quimera, se fue disipando poco a poco en los «pal-colores» teutones de Telefunken, hasta que un buen día, en casa le dieron la patada al viejo televisor marca Edison; el mismo que yo había imaginado a don Tomás Alba construyendo pieza a pieza, y donde, tras casi tres minutos de pantalla en negro, aparecía aquella España que tanto estaba cambiando.
No hacía mucho, yo había visto mis primeras imágenes en color; todavía hoy conservo en mi memoria la nitidez de aquel verdear cerúleo del cadáver de Franco.