Querido lector: las entradas que te vas a encontrar en mi blog bajo este título son fruto de las reflexiones diarias que he ido escribiendo cada mañana durante el confinamiento en el muro de mi Facebook. Siempre las acompaño además de una canción que por lo general sirve —nunca mejor dicho— de pretexto a lo que escribo.
17 de mayo de 2020

Es un ejercicio complicado, de los que ocasionan agujetas mentales y calambres en el entendimiento. Vamos, que ni el yoga ni la meditación trascendental te ayudan a proyectar un «nosotros» que trace desde tu solitario corazón en cuarentena una miríada de rayos en busca de ese indeterminado «demás» que nos abarque como un todo. Precisamente el instinto animal, la supervivencia, nos empujan a un «sálvese quien pueda» nada solidario. ¡Ah no, espera!… ¿y los valores?… ¿no hemos sido educados y concienciados en la solidaridad, el bien común, acudir en ayuda del más débil, del desprotegido, del desesperado?… ¡Ja!… Y un solo y enfático «ja», rezumando todo el sarcasmo del mundo por la comisura de los labios, rebotó contra la pared de la celda donde llevaba confinado «64 largos días 64».