Querido lector: las entradas que te vas a encontrar en mi blog bajo este título son fruto de las reflexiones diarias que he ido escribiendo cada mañana durante el confinamiento en el muro de mi Facebook. Siempre las acompaño además de una canción que por lo general sirve —nunca mejor dicho— de pretexto a lo que escribo.
16 de junio de 2020

Pediste hablar conmigo para decirme lo que ya sabíamos, aunque no lo hubieran expresado aún tus labios con toda esa crudeza. Escuchaba tu voz acelerada, obsesionada con llegar lo antes posible a un punto sin retorno —tú, tan impaciente como siempre— donde ya nunca pueda abrazarte. En vano intenté convencerte, usando esa misma templanza que tantas veces tú te gastabas conmigo, mientras yo me pegaba la vuelta y volvía a lo mío, a lo de siempre: a mi tristeza.
Yo entiendo esa locura, y la temo, porque la he visto en el fondo de tu mirada perdida, vistiéndome con una camisa de fuerza que pareciera hecha a mi medida. Solo te pido que hagamos juntos una última cosa: tú aprende a esperar, y yo a echarte de menos.