Querido lector: las entradas que te vas a encontrar en mi blog bajo este título son fruto de las reflexiones diarias que he ido escribiendo cada mañana durante el confinamiento en el muro de mi Facebook. Siempre las acompaño además de una canción que por lo general sirve —nunca mejor dicho— de pretexto a lo que escribo.
13 de mayo de 2020
Miré por un momento la televisión. Hace días que parlotea sola, sin que le preste mucha atención, pues sabido es que el humano está vacunado de serie contra el dolor ajeno. Esa es la clave, no que no hayamos visto muchos ataúdes; hasta que no lo sufres no chillas, mientras apartas la vista por puro instinto animal de supervivencia. Es una higiene mental cruel, pero necesaria para avanzar. ¿Que te vas a sentir mejor denunciándolo o escribiéndolo para que todo el mundo lo vea?… Puede, o tal vez no, porque… ¿tiene eso alguna productividad, algún reparo lejos de tu conciencia?… No, no lo tiene.
Lo que sí merecería la pena es canalizar todo ese ímpetu, esa energía positiva que te está dando hacer deporte, y pasearte, y tomar tus primeras cañas desde hace… ¿cuánto?… siglos, ¿no?… Esa vida extra que has conseguido, antes de que en la pantalla aparezca el «game over», la podrías emplear en algo más provechoso que matar marcianitos o conseguir unos puntos que nadie sabe dónde se han de canjear. Podrías poner tu granito, tu pequeña aportación para empezar a cambiar las cosas. Uf… cambio… ¿qué pereza esa palabra, no?… Pues tu pequeño cambio, junto a otros muchos, una infinidad de apenas imperceptibles cambios darían sentido por fin a esta palabra que tanta abulia te produce. Y entonces, seguro que todos los muertos, todos los que tendrán secuelas de por vida, todos aquellos que se hayan quedado huérfanos, viudos, desolados… te estarán muy agradecidos.
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